En el cristianismo primitivo el uso del cilicio para mortificar la carne era muy frecuente entre los ascetas, los penitentes, y también algunos personajes mundanos que buscaban expiar el lujo y la comodidad vedados por mandato evangélico (Mateo 19).
En el siglo XXI el uso de cilicio podría considerarse anacrónico, ajeno a la época en que vivimos. Sin embargo, en organizaciones no tan antiguas, como el Opus Dei, fundado en 1928, se recomienda su uso a los miembros numerarios, frecuentemente célibes, al menos dos horas por día.
Según la Enciclopedia Católica, en los primeros años del cristianismo se usaba, como forma de mortificación y penitencia, una prenda de tela áspera confeccionada con pelo de cabra de la Cilicia, una provincia romana del Asia Menor, una variedad caprina de pelos muy duros, de donde ese artefacto masoquista tomó su nombre latino: cilicium. Modernamente, se suelen usar artificios de metal con pinchos para causar dolor, como forma de penitencia.
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