En la mitología griega, el Tártaro era la región más profunda del mundo, situada por debajo del propio infierno (Hades). Para Hesíodo y para Homero, entre el Tártaro y el infierno mediaba la misma distancia que hay entre el cielo y la Tierra. Fue allí donde Urano encerró a los hijos que tuvo de Gea, de donde Zeus los liberó para luchar contra los titanes y los gigantes. Poco a poco, el Tártaro se fue confundiendo para los griegos con el propio infierno y, entonces, lo imaginaron poblado por demonios y figuras temibles. Los griegos los denominaron tartaroukos, que llegó al latín tardío como tartaruchus. Los primeros cristianos tomaron la tortuga, que vive en el barro, como personificación del demonio y del mal en general. Así, este animal se llamó tartaruga en italiano y en portugués, y en español, tortuga.
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