En los últimos años, la palabra género se viene imponiendo en español, erróneamente, para reemplazar a sexo, entendido como ‘condición orgánica, masculina o femenina, de los animales y las plantas’. Sexo proviene del latín sexus, exactamente con el mismo significado que tiene hoy en nuestra lengua, según la Academia Española. Plinio decía parere virilem sexum ‘dar a luz un varón’. Algunos etimólogos, entre ellos Eric Partridge, sostienen que el vocablo latino puede haberse originado en secare ‘cortar’ o ‘separar’, como en secta*, con base en la idea de que la población se divide en varones y mujeres. El género en castellano no debe referirse a las personas, sino a los objetos inanimados, puesto que se trata de una categoría meramente gramatical ‘a la que pertenece un sustantivo o un pronombre por el hecho de concertar con él una forma y, generalmente solo una, de la flexión del adjetivo y del pronombre’. La aplicación de género a personas está basada en un error de traducción del inglés gender, que en esa lengua sí se aplica a las diferencias entre varones y mujeres, diferencias que, por lo menos desde los latinos, pero probablemente desde tiempos prehistóricos, son denotadas por la palabra que en español conocemos como sexo. Género, aplicado a personas, es un calco semántico del inglés, impulsado por la manía estadounidense de lo políticamente correcto y elevado por la fuerza a la categoría de concepto sociológico.
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